El gobierno se enfrenta, como era previsible, al contraste entre las promesas de campaña y la realidad. A ello se suma el desafío político que implica administrar las expectativas cuando en lugar del «shock» se elige el «gradualismo».
De la promesa del «todos vamos a vivir mejor» de la campaña pasamos a «el nivel de vida de cierto segmento de la sociedad no era sostenible». De la lluvia de inversiones inmediata que se esperaba sólo por la asunción de un nuevo gobierno, pasamos a la masiva llegada de dólares financieros que todavía no se reflejan en un aumento significativo de la inversión privada. De la reactivación para el «segundo semestre» pasamos a la «luz al final del túnel», pero sin poder definir aún cuán largo es el túnel.
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